14 Nov 2009

La indisolubilidad de lo simple.

-O mejor, no es que estemos temerosos, sino que probablemente hay en nosotros un niño que se atemoriza ante esas cosas. Intenta, pues, persuadirlo de que no tema a la muerte como al coco.
 [...]
-Por lo tanto -dijo Sócrates-, conviene que nosotros no preguntemos que a qué clase de cosa le conviene sufrir ese proceso, el descomponerse, y a propósito de qué clase de cosa hay que temer que le suceda eso mismo, y a qué otra cosa no. Y después de esto, entonces, examinemos cuál de las dos es el alma, y según eso habrá que estar confiado o sentir temor acerca del alma nuestra.
 
-Verdad dices -contestó.
 
-¿Le conviene, por tanto, a lo que se ha compuesto y
a lo que es compuesto por su naturaleza sufrir eso, descomponerse del mismo modo como se compuso?
Y si hay algo que es simple, sólo a eso no le toca experimentar ese proceso, si es que le toca a algo.
 
-Me parece a mí que así es -dijo Cebes.
 
-¿Precisamente las cosas que son siempre del mismo modo y se encuentran en iguales condiciones éstas es extraordinariamente probable que sean las simples, mientras que las que están en condiciones diversas y en diversas formas, ésas serán compuestas?
 
-A mí al menos así me lo parece.

-Vayamos, pues, ahora -dijo- hacia lo que tratábamos en nuestro coloquio de antes. La entidad misma, de cuyo ser dábamos razón al preguntar y responder, ¿acaso es siempre de igual modo en idéntica condición, o unas veces de una manera y otras de otras? Lo igual en sí, lo bello en si, lo que cada cosa es en realidad, lo ente ¿admite alguna vez un cambio y de cualquier tipo? ¿O lo que es siempre cada uno de los mismos entes, que es de aspecto único en sí mismo, se mantiene idéntico y en las mismas condiciones, y nunca en ninguna parte y de ningún modo acepta variación alguna?
 
-Es necesario -dijo Cebes- que se mantengan idénticos y en las mismas condiciones, Sócrates.

-¿Qué pasa con la multitud de cosas bellas, como por ejemplo personas o caballos o vestidos o cualquier otro género de cosas semejantes, o de cosas iguales, o de todas aquellas que son homónimas con las de antes? ¿Acaso se mantienen idénticas, o, todo lo contrario a aquéllas, ni son iguales a sí mismas, ni unas a otras nunca ni, en una palabra, de ningún modo son idénticas?
 
-Así son, a su vez -dijo Cebes-, estas cosas: jamás se presentan de igual modo.
 
-¿No es cierto que éstas puedes tocarlas y verlas y captarlas con los demás sentidos, mientras que a las que se mantienen idénticas no es posible captarlas jamás con ningún otro medio, sino con el razonamiento de la inteligencia, ya que tales entidades son invisibles y no son objetos de la mirada?

-Por completo dices verdad -contestó.

-Admitiremos entonces, ¿quieres? -dijo-, dos clases de seres, la una visible, la otra invisible.
 
-Admitámoslo también -contestó.
 
-¿Y la invisible se mantiene siempre idéntica, en tanto
que la visible jamás se mantiene en la misma forma? -También esto -dijo- lo admitiremos.

                                                                                      PLATÓN, Fedón

Me lo dieron mediocremente en unas fotocopias, pero sin duda el lunes voy por él a la biblioteca.
Esta parte me pareció de lo más certera. Me gusta esta percepción de la inmortalidad del alma ligada a la simplicidad, a lo básico... a lo invisible.

Alguna vez mi mamá me dijo: "Tu mijita, la mayor de las veces, Uuuy!... intenta pasar desapercibida. Si algo tiene que saberse solito se sabrá." Y siempre lo tengo en la cabeza.


Ya después el libro empezó a meterse en cuestiones de La entrega total a la vida contemplativa para un destino inmortal y Las almas de los dedicados a los valores mundanos vagarán errantes y yo ahí ya discrepaba un poco más, para que engañarnos...





Muy entedible que las cucarachas aún existan.
Muy comprensible también que las Torres Gemelas no.

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