-O mejor, no es que estemos temerosos, sino que probablemente hay en nosotros un niño que se atemoriza ante esas cosas. Intenta, pues, persuadirlo de que no tema a la muerte como al coco.
[...]
-Por lo tanto -dijo Sócrates-, conviene que nosotros no preguntemos que a qué clase de cosa le conviene sufrir ese proceso, el descomponerse, y a propósito de qué clase de cosa hay que temer que le suceda eso mismo, y a qué otra cosa no. Y después de esto, entonces, examinemos cuál de las dos es el alma, y según eso habrá que estar confiado o sentir temor acerca del alma nuestra.
-Verdad dices -contestó.
-¿Le conviene, por tanto, a lo que se ha compuesto y
a lo que es compuesto por su naturaleza sufrir eso, descomponerse del mismo modo como se compuso?
Y si hay algo que es simple, sólo a eso no le toca experimentar ese proceso, si es que le toca a algo.
a lo que es compuesto por su naturaleza sufrir eso, descomponerse del mismo modo como se compuso?
Y si hay algo que es simple, sólo a eso no le toca experimentar ese proceso, si es que le toca a algo.
-Me parece a mí que así es -dijo Cebes.
-¿Precisamente las cosas que son siempre del mismo modo y se encuentran en iguales condiciones éstas es extraordinariamente probable que sean las simples, mientras que las que están en condiciones diversas y en diversas formas, ésas serán compuestas?
-A mí al menos así me lo parece.
-Vayamos, pues, ahora -dijo- hacia lo que tratábamos en nuestro coloquio de antes. La entidad misma, de cuyo ser dábamos razón al preguntar y responder, ¿acaso es siempre de igual modo en idéntica condición, o unas veces de una manera y otras de otras? Lo igual en sí, lo bello en si, lo que cada cosa es en realidad, lo ente ¿admite alguna vez un cambio y de cualquier tipo? ¿O lo que es siempre cada uno de los mismos entes, que es de aspecto único en sí mismo, se mantiene idéntico y en las mismas condiciones, y nunca en ninguna parte y de ningún modo acepta variación alguna?
-Es necesario -dijo Cebes- que se mantengan idénticos y en las mismas condiciones, Sócrates.
-¿Qué pasa con la multitud de cosas bellas, como por ejemplo personas o caballos o vestidos o cualquier otro género de cosas semejantes, o de cosas iguales, o de todas aquellas que son homónimas con las de antes? ¿Acaso se mantienen idénticas, o, todo lo contrario a aquéllas, ni son iguales a sí mismas, ni unas a otras nunca ni, en una palabra, de ningún modo son idénticas?
-Así son, a su vez -dijo Cebes-, estas cosas: jamás se presentan de igual modo.
-¿No es cierto que éstas puedes tocarlas y verlas y captarlas con los demás sentidos, mientras que a las que se mantienen idénticas no es posible captarlas jamás con ningún otro medio, sino con el razonamiento de la inteligencia, ya que tales entidades son invisibles y no son objetos de la mirada?
-Por completo dices verdad -contestó.
-Admitiremos entonces, ¿quieres? -dijo-, dos clases de seres, la una visible, la otra invisible.
-Admitámoslo también -contestó.
-¿Y la invisible se mantiene siempre idéntica, en tanto
que la visible jamás se mantiene en la misma forma? -También esto -dijo- lo admitiremos.
que la visible jamás se mantiene en la misma forma? -También esto -dijo- lo admitiremos.
PLATÓN, Fedón
Esta parte me pareció de lo más certera. Me gusta esta percepción de la inmortalidad del alma ligada a la simplicidad, a lo básico... a lo invisible.
Alguna vez mi mamá me dijo: "Tu mijita, la mayor de las veces, Uuuy!... intenta pasar desapercibida. Si algo tiene que saberse solito se sabrá." Y siempre lo tengo en la cabeza.
Ya después el libro empezó a meterse en cuestiones de La entrega total a la vida contemplativa para un destino inmortal y Las almas de los dedicados a los valores mundanos vagarán errantes y yo ahí ya discrepaba un poco más, para que engañarnos...
Muy entedible que las cucarachas aún existan.
Muy comprensible también que las Torres Gemelas no.
Muy comprensible también que las Torres Gemelas no.
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