29 Oct 2009

Feliz pero no en exceso.

Y entonces Abdulia entró al Metro. Se subió en el vagón de en medio con el autoestima rozando límites extrarradiales, una sensación absoluta de SpiceGirl-NewAge-enproceso y esa seguridad exagerada de cuando por fin te decides a hacer ese algo que tantas noches llevas planeando.
A su lado, un señor gordo y con cierto olor a kebab, espía con disimulo el libro que ella intenta leer.
No puede.
La mirada y olor de aquel desagradable hombre no le permiten concentrarse.
Y empieza el párrafo por cuarta vez: “ … aunque en la desdicha del viejo Albert…”
No puede continuar: el esbelto señor parece muy interesado en la lectura de Abdulia.
Desesperante.
Lo sabe, acaba de enfurecer.
¿Es que acaso no puede sacar el mapa de Metro y estudiarse todas las estaciones de las líneas 10 y 5, decirlas en orden geográfico, cromático y alfabético? ¿Acaso es más interesante el libro que ella intenta leer? Pues si, de hecho lo es.
Le parecía que el día que eligiera para finalmente hacerlo, tendría que haberse levantado feliz pero no en exceso, apoyando primero el talón izquierdo (tenía cierta fijación con Aquiles), lavándose los dientes de manera circular con la mano izquierda, paseando a Mordida con la correa de bolitas amarillas y haber atravesado el cruce peatonal concretamente en quinta posición.
No había ningún motivo de peso para todas esas condiciones, pero creía que un paso tan importante en su vida sólo podía darse en un día especial marcado por esas cinco acciones que, cómo no, de la manera más necia se había asignado.
…Dejó pasar a dos viejecillas, un niño salió corriendo y un par de ridículos groupies se abalanzaron en cuanto el muñequito lució verde.
Ese era su turno: Justo la quinta en el cruce peatonal.
Y entonces Abdulia entró al Metro. Se subió en el vagón de en medio con el autoestima rozando límites extrarradiales, una sensación absoluta de SpiceGirl-NewAge-enproceso y esa seguridad exagerada de cuando por fin te decides a hacer ese algo que tantas noches llevas planeando.
No era consciente de que desde ese día no volvería a comer un solo kebab en lo que le quedaba de vida.
Bajó del vagón, cruzó de andén y tomó el siguiente Metro con dirección contraria.
La verdad es que no sabe si se le volverá a antojar incrustarse el cepillo de dientes en un ojo mientras hace la proeza de lavar sus imperfectos dientecitos con la mano izquierda de manera circular.
No, no lo sabe, no.

Hola, mucho gusto, soy Mordida.

No comments: